Enamorados de lo nuevo por Verónica Massonnier

Vivimos en el deslumbramiento de lo nuevo. Los ciclos del cambio parecen acortarse, y la atracción por la renovación se produce mucho antes de que los objetos estén fuera de uso. Simplemente, lo nuevo fascina y queremos vivir esa sensación. Hay un nivel de entusiasmo y disfrute que están asociados directamente con el hecho de incorporar experiencias, y también se ha generado allí una valoración social: es cool el cambio, es cool ser parte de lo nuevo y saber dónde está. En el extremo, algunos hablan del “nuevismo” (newism) como un signo de nuestra época: tomamos algo y en poco tiempo podemos llegar a descartarlo en función de la expectativa de algo nuevo que puede ser mejor.

Esta sucesión de promesas renovadas o la avidez por experiencias inéditas puede transformarse en una “carrera” en la cual nos vemos inmersos a nivel de las marcas y también como individuos. Para las marcas, se acentúa la exigencia de ofrecer prestaciones o diseños diferentes cada poco tiempo. Como individuos, nos vemos impulsados a renovar nuestras habilidades, nuestro curriculum vitae, nuestra imagen. El cambio en el guardarropa es el cambio en nuestra imagen visual, y en un tiempo de “selfies” esto tiene muchísimo atractivo. Lo exterior marca nuestra evolución: una imagen visual nueva es también un símbolo de renovación interior, o de oportunidad para lograrlo.

En el mundo de la moda esto impacta en varios sentidos, y es interesante ver qué está pasando en el mercado local. En primer lugar, se potencia el rol del punto de venta como espacio donde se produce esta magia. No todos los locales han captado o han podido acompasar la tendencia, pero los consumidores se muestran cada vez más sensibles a la “experiencia” que ofrece el local y a la sensación de novedad que transmite. Hay una mayor exigencia por parte del consumidor. Esta sensación se inicia en la vidriera y se intensifica con la exposición de las colecciones: muchas veces la monotonía de la imagen visual nos desanima, sugiriendo que el producto va a ser igualmente monótono o anodino. Y no necesariamente es así: en muchos casos, la propuesta de producto es mucho más atractiva que la vidriera o el layout del local. Claramente, nuestro medio tiene ahí un área de mejora en la medida que logre acompasar las necesidades del público.

Por otro lado, el deslumbramiento hacia lo que es nuevo tiene como consecuencia un recambio más rápido. No compramos “ropa”, compramos “moda”. El ciclo utilitario de la prenda (envejece y por lo tanto debemos reemplazarla por una nueva) deja lugar a la superposición de ítems simplemente porque son diferentes y lo que necesitamos es esa diferenciación. Los estudios muestran que el momento máximo de “adrenalina” y fascinación con una prenda es, muchas veces, el momento mismo de la compra. Puede ocurrir que ese producto luego pase a ocupar un lugar más dentro del guardarropa, puede ocurrir incluso que lo olvidemos frente a un conjunto ya abigarrado de cosas. El punto es que nada se compara con el mágico momento de la compra, el instante en que nos “apropiamos” de lo nuevo y lo hacemos nuestro. Existe la alegría del “hallazgo”, la ilusión de una temporada que comienza, la proyección de futuro que tiene lugar en ese instante.

Esta tendencia nos lleva a comprar más, pero también -en muchos casos- a valorar menos lo que compramos: las ofertas especiales, la compra por impulso, la rapidez que imponen las “minicolecciones” nos lleva a aumentar el volumen de la compra. Cada pocas semanas aparece un estímulo nuevo y sabemos que tal vez no haya reposición. El mensaje es comprar “ahora”, porque no sabemos si luego se van a volver a dar las condiciones. Tal vez en ese ritmo acelerado se ha perdido parte del valor único de cada prenda y claramente puede pasar que, una vez perdida la novedad -pasada la emoción del momento- la prenda aislada no mantenga el mismo encanto. Lo efímero de las propuestas también significa, a veces, una atracción efímera.

Y lo cierto es que, a nivel de vestimenta, la compra estacional está siendo reemplazada por una compra casi continua, que tiene un pico más alto en algunos momentos (recambio de estación, días especiales, etc.) pero que no se detiene: hoy es esperable que continuemos renovando el guardarropa todo a lo largo de la temporada, con “excusas” inevitables (promociones, hallazgos, etc.) o simplemente por el placer de la compra.

¿Esto significa que no es el momento del vintage? ¿Dónde queda la valoración de “los tesoros de la abuela”? Podemos decir que los tesoros siguen siendo valiosos, pero necesitamos verlos integrados en un nuevo look. Lo antiguo adquiere su valor si se incorpora en una mirada nueva. No es el momento de lo “viejo”, pero aquellos elementos que representan lo único, lo irremplazable, lo irrepetible, tienen un lugar. Es tal vez el contrapunto de un outfit nuevo: nos muestran lo imperecedero en un mundo de objetos casi descartables.