Entrevista y photo shooting con Maru Romano, creadora de contenidos para redes

Creadora de contenido, personaje en redes pero, sobre todo, persona.

Una niña se para frente al espejo del baño de su madre. Se maquilla con sus pinturas y tiene especial cuidado en el uso del lápiz de labio Chanel que tanto le gusta y que su mamá tanto cuida. Enseguida se disfraza entre telas celestes y violetas. Siempre se identificó con la Sirenita, princesa de Disney rebelde y a la que, además, se le veía la panza. Y con todo eso puesto, sale a bailar a ritmo de Fito Paez en el living de un departamento en Punta Carretas a fin de los años 90`.

“Algo que le agradezco mucho a mi mamá es la niñez que tuve, me dio mucha libertad porque sabía que yo era responsable”, cuenta María Romano (27). Y ese fue su primer y mayor pilar, su madre. Dice Maru que Rosana fue empresaria, muy independiente y una mujer que no necesitaba del apoyo de ningún hombre. “Ella podía todo, realmente se comía el mundo”, agrega.

Es lógico que para Maru así lo sea. Con un padre ausente, Rosana le dio desde chica las herramientas a su hija para entrar en el mundo de la publicidad y del modelaje. Desde los dos años, Maru estaba inscripta en castings para comerciales en Uruguay. No lo percibía como trabajo –o por lo menos no se acuerda de que fuera así- porque le gustaba, se divertía. Cuando quiso dejar de trabajar porque se perdía los cumpleaños de sus amigas y otras actividades, Rosana también la entendió. El apoyo era total e incondicional.

De los ocho a los quince años, Maru tuvo lo que ella llama una vida “más normal”. Pero llegada la adolescencia empezó a entrar en la publicidad de las revistas Miss 15. Ahí fue cuando realmente le empezó a gustar el modelaje, aunque sabía que a la alta costura no podría dedicarse por su altura. Pero lo gráfico y lo comercial, claro que sí.

También fue un refugio. En el 2008 Rosana se enfermó de cáncer de mama y para salir de aquel estado, Maru quería pararse frente a las cámaras y pretender ser alguien más por un rato. “Para mí era como salir a escena, dejar los problemas a un lado e interpretar a otra persona”, dice.

Por esos años, Maru seguía en el liceo y habían empezado a salir las campañas de las vacunas contra el cáncer de útero. Le pidió a su madre que la acompañara a dárselas y en el consultorio la ginecóloga revisó, ya que estaba, a Rosana. Le pidieron a una Maru de 16 años que saliera unos minutos y enseguida salió su madre llorando.

-Mamá, ¿qué te pasa?

-Nada, me entró una basura en el ojo.

Algo así fue la conversación entre una madre que acababa de enterarse que tenía cáncer de mama terminal y una hija que sospechaba que algo no andaba bien. “Mi madre siempre fue muy estructurada en muchos sentidos”, cuenta Maru, intentando explicar la respuesta de Rosana.

Si esta escena sucedió a fines de julio, la primera semana de agosto Rosana anunció que le habían encontrado un “bultito” y que la iban a intervenir. Estaban cenando en familia: Maru, Rosana, el marido de Rosana y Matías, su medio hermano.

La internaron un 8 de agosto y el cáncer comenzó a subir. En octubre tuvo la siguiente intervención en los ganglios. Pero ya por el 2009 estaba bien y ese fue el año en el liceo en el que Maru estaba muy enojada. “Yo decía que mi madre se iba a curar, que a mí esto no me pasaba”, cuenta. Y con 17 años y una necesidad de atención, se volvió más rebelde, aunque nunca lo había sido. Siempre había querido que su madre estuviera orgullosa de ella y ahora competía por atención.

Rosana no podía ir a trabajar por la quimioterapia, se le empezó a caer el pelo y engordó por los corticoides. Así fue como una Maru adolescente se cuestionaba por qué ella tenía que cuidar a su madre y no su madre a ella. Todavía no sabía que el cáncer era terminal.

Dublín, Irlanda.

Entonces reconoció que para crecer tenía que irse de su casa. Maru le dijo a su madre, “Mamá, me tengo que ir porque si el día de mañana vos no estás yo no sé vivir sin vos”. Y era real, a esa altura de su vida, recién habiendo terminado el liceo, Maru no sabía pelar una papa. Lo más fácil era la distancia física, y sabiendo que Rosana estaría a través de Facebook y Skype –aún no se utilizaba Instagram- decidió irse a Dublín, la capital de Irlanda.

Cuando se bajó del avión, cuenta Maru, empezó a sacarle fotos a los taxis porque el volante estaba del otro lado. Iba con su cámara y la primera semana todo le sorprendía: Starbucks, St. Patrick´s y la propia ciudad. Más adelante empezó a generar una rutina y su primer trabajo fue de niñera.

Pero los mejores recuerdos los tiene de cuando trabajaba en un casino de moza. Su turno era dos días a la semana a partir de las 21:00 hs hasta que se fuera el último cliente. No era un casino de slots, había póquer y 21 black jack. El trabajo de Maru consistía en servirle bebidas a los jugadores y llevarles sándwiches calientes.

Y cuando habla del casino no puede evitar acordarse de su jefe: un inglés que se le sentaba al lado de ella para que nadie la molestara. Se sintió cuidada ahí dentro y, además, ganaba bien.

A tantos kilómetros de distancia, Rosana seguía muy presente en la vida de Maru. Quizá más que antes. Se despertaba a las 3 de la mañana, porque en Dublín eran las 8 de la noche, se hacía un té y la acompañaba a Maru a trabajar conectada. “Y en mi cumpleaños invitó a mis amigas y me lo festejaron a través de Skype”, agrega Maru.

Llegando el final del año, Rosana dejó de atender la cámara y Maru sabía que algo no estaba bien. Pidió cambio de pasaje y volvió de apuro. Su mamá se había ido a Estados Unidos para hacerse tratamientos y le encontraron tumores cerebrales. Hasta el 2013, Rosana luchó contra el cáncer hasta que ya no pudo.

Crecer de golpe.

Rosana falleció cuando Maru tenía veinte años. Eso implicaba salir a trabajar para poder pagarse sus cuentas propias y su carrera, Administración de empresas en la ORT. Pasó de vivir en un núcleo familiar constituido a trabajar medio horario en un banco, por la tarde en un solárium y cuando podía, estudiaba.

En algún momento de esa vorágine laboral y estudiantil, se acordó de su faceta de modelaje y de publicidad y sumó, además, producciones los fines de semana. Hasta que tuvo que soltar y optó por el camino más riesgoso pero que la haría más feliz: los castings, los modelajes y la generación de contenido.

Octubre, el mes del cáncer de mama.

Después de un viaje por Europa en el que Maru decidió que se dedicaría a “Maru Romano” como personaje de las redes, llegó octubre, el mes en el que se celebra la lucha contra el cáncer de mama. Hizo un video y empezó a hablar de su experiencia con la enfermedad: cuando una madre se enferma no solo padece la madre, también lo hacen sus hijos. Todos los que se quedan sufren un duelo familiar.

Ese video se hizo viral, en Instagram –que ya estaba en funcionamiento y Maru utilizaba como portafolio para sus trabajos de modelo- y en Facebook.

En base a eso, su primera oportunidad en Uruguay fue con Biotherm. Le mandaron productos y Maru montó su propio equipo y un rodaje y generó contenido para esa marca. Y la subieron a su Instagram oficial y ahí estaba Maru, al lado de Candice –modelo de Victoria´s Secret-. Y así comenzó a estudiar el rubro de los generadores de contenidos: valores de marcas, campañas, producciones. Sobre todo: comunidad. Y con todas estas herramientas, Maru se transformaría en “Maru Romano”.

No se encasilló en la generación de contenido de una sola área, sino que se enfocó en lo que ella llama lifestyle. “Me gusta que alguien entre a mi perfil y pueda ver desde moda, hasta platos saludables y restaurants”, dice.

Agrega: “Maru Romano es un personaje, soy yo obviamente pero es un personaje que uno tiene que explotar y darle herramientas para que trabaje solo. Si bien somos la misma persona, también es una realidad que hay que potenciar cosas. Capaz que hoy estoy triste pero no lo estoy mostrando, pero sí diciendo que hoy no me siento inspirada. No sería creíble que yo siempre estuviera feliz.”.

Y para vivir de las redes sociales Maru admite que tiene que estar innovando constantemente. Armando proyectos todo el tiempo, armando producciones y explicando que un creador de contenido no vive del canje, sino que necesita un presupuesto por parte de la marca.

Capacitaciones en el exterior.

La niña enamorada del lápiz de labio Channel de su madre empezó a formar su contenido a través del story telling, usándolo como herramienta. Lo aprendió en Buenos Aires –“un Madrid más desordenado”, dice- y lo aprendió en Europa. Volvió del viejo continente en agosto de este año con muchas más herramientas para hablar en cámara y entender qué es lo que quiere su público. Y por eso también, este año empezó con work shops sobre manejo de redes sociales.

Hoy por hoy la audiencia de Maru tiende a ser en un 58% femenina y de 25 a 34 años. Con respecto a cuáles son las influencias que marcan la estética de su contenido en redes responde tres nombres: Audrey Hepburn, Frida Kahlo y Rosana, su mamá. “Son mujeres que lo pudieron todo y que lucharon para hacerse su lugar”, agrega.

Para finalizar:

-Maru, ¿por qué no te gusta la palabra “influencer”?

-Porque, en realidad, un “influencer” crea contenido. Es como decir “él es famoso”, pero ¿por qué es famoso?, ¿qué hace para ser famoso? Es cantante… es actor… Yo creo contenido para redes, ese es mi trabajo. Lo de “influencer” me lo pueden denominar, pero no es mi trabajo, lo determina la gente que te sigue, no vos.

Ig: @maruromano

Entrevista: Federica Bordaberry

Photos: Elaiza Pozzi