Charla con la artista en vidrio María Torrendell, contemplando sus obras en medio de un oasis verde.

Su fragilidad. Su transparencia. El reto que supone la dificultad a la hora de su manejo. Todo eso genera un amor incondicional entre el artista y el vidrio. Y María Torrendell es un fiel reflejo de que eso realmente sucede. Ella es una enamorada de esa materia prima. Y la espectacularidad de sus obras, compuesta por esculturas y cuadros, nos lo demuestra con creces.

Un jardín compartido con vecinos solidarios, abrazado por mucho verde con un árbol como protagonista, fue el escenario donde María, con su calidez y sencillez características, nos recibió para mostrarnos parte de su obra. Sus piezas, desplegadas entre una mesa larga y un muro de ladrillos, parecían parte de una exposición en un museo al aire libre. Donde no faltaba alguna que otra herencia familiar, como un jarrón antiquísimo, integrado a la huerta que hizo una pareja vecina. El marco era ideal para una charla fluida y relajada, bañada por un té y barquillos rellenos de vainilla, inspiradora de palabras del corazón: “Y… cuando mejor me va es cuando hago lo que me sale de adentro. Sea malo, sea bueno, pero es lo más puro, lo más lindo.”

María es bióloga de profesión. Durante la semana se desempeña como tal, y el fin de semana lo dedica al vidrio. “Me siento muy bióloga, me apasiona, es algo que me gustó siempre, y el arte lo incorporé de grande. Son dos caminos paralelos.” A sus 16 años dibujaba mucho, y a los 27 empezó un taller de escultura. También trabajó la arenisca y el mármol.A los 40 tuvo su primer contacto con el vidrio, casi por casualidad: “Yo estaba enferma, en casa, y no podía salir a comprar nada. Pero quería hacer algo. Entré a mi taller y no había nada. Yo en ese momento trabajaba con piedra. Encontré unos vidrios rotos tirados, no soy muy ordenada (risas), y empecé a juguetear con ellos, a pegarlos. Es un viaje de ida…”.

Así fueron los comienzos de una alianza entre ambos, entre María y su querido vidrio,que, según ella, no se va a cortar nunca. Su taller, situado a la altura del jardín de su casa, es su santuario. Y es algo que se olfatea en cuanto uno pone un pie en él. “Con el vidrio no voy a terminar nunca. Yo tendría un taller gigante, con cinco hornos cada vez más grandes.”, agrega la artista entre risas.

Dress: ¿Qué tiene el vidrio que una vez que el artista entra en contacto con él, no lo deja más?

María Torrendell: Tiene un encanto especial, por todo lo que es. Se derrite y después se endurece. Es transparente, frágil, tiene brillo. Tiene un lenguaje muy especial. Es un material que me fascina. Cuando lo usás te das cuenta que tiene un atractivo especial. Y creo que toda la gente que trabaja con él siente eso mismo.

D: Tu lado artista, creativo, ¿de dónde creés que salió?

MT: Mi padre diseñó el Charrúa y después el Indio. El se la jugó por lo que quería. Su lema, su idealismo, era que él quería que Uruguay tuviera un auto uruguayo; él sentía que nuestro país lo merecía. Aún hoy siguen andando por la calle.

Mi madre era ama de casa, pero muy ingeniosa en la cotidiana. Un día hacemos esto, otro día hacemos algo diferente, vamos para acá, para allá. Muy involucrada con el tema social, también.

D: ¿Dónde te formaste en el arte del vidrio?

MT: Aquí nadie enseñaba. Me fui a Buenos Aires a hacer el primer curso sobre vidrio fundido. La profesora, con la que aprendí mucho, se llama Silvia Levenson; es argentina pero vive en Italia. Me fascinó tanto el curso, que me compré el horno y lo instalé en casa. El trabajo de Silvia es una cosa admirable, hace unas ambientaciones que llega a hacerte sentir cosas increíbles. Tiene un taller enorme, fantástico. Es tremenda artista, persona, muy motivadora, con la que aprendés constantemente.

D: Hay algo muy lúdico en el arte del vidrio.

MT: Sí. Entrás en un estado que te olvidás que pasa el tiempo. Te atrapa.Te ponés a probar cosas, probar esto, probar aquello. Plasmás un dibujo en el vidrio, una foto… Te imaginás cómo va a quedar, hacés pruebas. Después prendés el horno…

El vidrio tiene una cualidad que pasa de sólido a líquido, y después vuelve a sólido. Adentro del horno podés moldearlo. Siempre digo que es como una muzzarella adentro de un horno, derrite como si fuera un queso, y toma la forma de lo que ponés debajo. Si lo ponés plano, los bordes del vidrio se aflojan y pierden el filo. Antes de poner el vidrio en el horno, a veces lo escribo o le pongo imágenes; porque no se puede abrir una vez que se cierra, ¡está a mil grados!

D: Lo que más placer te da al trabajar con el vidrio…

MT: Lo que más me gusta es abrir la puerta del horno al día siguiente. Es un proceso que dura todo el día y toda la noche. Entonces, de mañana, cuando lo abrís, te vas a encontrar siempre con una sorpresa. Porque, por lo menos en mi caso, nunca era lo que yo esperaba (risas). Para mí, hasta el día de hoy, es todo un experimento. Porque vos podés pensar que algo te va a quedar fantástico, y después te queda horrible, o se te quebró. Y una cosa que no dabas dos pesos, de repente abrís la puerta del horno y chau, decís “Wow, ¿de dónde salió esto?”.

D: Textos muy lindos aparecen en tus obras. A veces escritos a mano alzada, otras impresos. Depende de la mirada que se le dé, pueden ser vistos como protagonistas o secundarios. Pero nunca pasan desapercibidos.

MT: Leo mucho de arte, de filosofía, de biología, de naturaleza, de psicología. Esos son temas que me atrapan. Y ahí aparecen los textos para mis obras.

D: ¿En qué punto se juntan la biología con el vidrio? Porque mirando tus obras, pareciera que se encuentran tus dos amores.

MT: No fue planificado eso, nunca lo hice a propósito. Pero como quien no quiere la cosa se ve que se han entrecruzado (risas), cuando miro las piezas me doy cuenta.

Ahora agarré la onda más orgánica de trabajar con cosas relacionadas, porque hay una especie de conciencia más colectiva, más de la naturaleza. Está bueno sentirse parte de toda una cantidad de personas que estamos deseando que la naturaleza se preserve, en vez de agredirla tanto como hicimos todos estos años.

D: ¿“En casa de herrero cuchillo de palo”, contigo?

MT: No. Mi casa está llena de cosas de vidrio.

D: Algo en vidrio que te gustaría tener…

MT: Ah, me encantaría tener una claraboya en el techo de mi casa para ver las estrellas. Y que sea redonda.

D: También hacés collares.

MT: Por eso que te digo, que me gusta estar probando. Y al final, cuando hacés una horneada, como los dijes son chiquitos, no vas a prender el horno para poner uno solo… Hice una partida de collares, después me colgué e hice bastantes, y se empezaron a vender.

D: ¿Hiciste muchas exposiciones?

MT: Sí, acá en Montevideo, en Punta del Este, y una en Nueva York en el 2012, que estuvo muy buena.

D: Algo que no te haya preguntado y que quieras decir.

MT: Si me preguntás cuál fue el momento más feliz de este viaje, o por lo menos en el que me sentí más reconocida, fue cuando me seleccionaron para un concurso que se presenta gente de todo el mundo en una galería de Nueva York. Quedamos seleccionados solo doce artistas. La sorpresa fue cuando googleé: “Mejores galerías en Nueva York”, y resulta que la mejor era la que me había seleccionado a mí. Y yo no tenía ni idea (risas). Estaba feliz, porque no es solo la venta lo que importa.

D: Para terminar…

MT: Viste que cada vez hay más artistas, porque se está haciendo un quiebre social muy grande, que creo va a venir como más intenso todavía, y mucha gente se está volcando a tareas creativas. Me parece que está buenísimo, porque es una manera de canalizar sentimientos, y que es mucho más sano que sea a través de una obra, en un dibujo, en un jardín, en algo creativo. Es algo muy sanador.

Y este quiebre se está dando por toda la tecnología, que nos está cambiando muchísimo. Con todo lo bueno y con todo lo malo que ella tiene, ¿no? Porque si no hubiera sido por la tecnología, nunca me hubiese contactado con mi profesora de Italia…

 

Contacto:

María Torrendell

Cel. 099 207 076

www.mariatorrendell.com

Por Dolores de Arteaga