#MujeresConActitud

Prensa / Redactora en jefe para América Latina de AFP

Vengo de una familia de mujeres deslumbrantes, bastante atípicas y excepcionales.

Pero muchas jóvenes activistas no las considerarían feministas, más bien todo lo contrario.

Mi abuela paterna –nacida en 1914, profesora de francés y atea- se esmeraba en calentar casi a diario una sopa a mi abuelo en su punto justo, que solo él tomaba. Mi abuela materna –nacida en 1919, ama de casa y muy católica- me aclaró una vez que a los hombres no les gustaban los problemas, menos aún los domésticos, por tanto cuando llegaba su marido (mi abuelo) ella lo esperaba para leerle y comentarle poesías de Baudelaire o algún fragmento de una novela de Chejov o de Henri Troyat, con los niños ya en pijama.

Dos por tres me pregunto qué dirían ellas de esta nueva ola feminista impulsada por el movimiento #METOO en Estados Unidos, #NiunaMenos en Argentina o la campaña mundial Million Women Rise (Millones de Mujeres se Ponen de Pie).

No las imagino levantándose contra el modelo patriarcal arcaico que tanto padecieron ellas y sus congéneres, atrapadas en círculos masculinos.Sin embargo, es innegable que ambas fueron mujeres valientes que dejaron una huella imborrable.

Tras quedar huérfana a los 17 años, mi abuela paterna debió salir a trabajar y disfrazarse de mayor, en cuanto a peinado y vestimenta. Mi abuela materna sufrió la muerte de un hijo, apenas bebé, y debió criar otros cuatro con el lastre de esa tragedia.

Fueron todo a la vez. Sabias en el arte de la mediación, la palabra, el humor, la tenacidad y sobre todo, en el de manejar el machismo a su manera.Y podría decirse, aunque a más de uno le daría gracia, que defendieron, de forma natural, el feminismo sin darse cuenta.

Ambas insistían en que mis primas y yo, debíamos ser mujeres activas, reflexivas, independientes, solidarias y en constante movimiento para volar bien alto, a la vez que nos advertían sobre una probable carrera de obstáculos.Y varias de nosotras, nos propusimos tomar esos consejos al pie de la letra.

Nadie duda de la importancia de la revolución silenciosa de estas mujeres, que continuó en las próximas generaciones y renació con mucho más fuerza tras el caso Harvey Weinstein.

El feminismo ha pasado de ser una palabra que parecía con mala prensa a un movimiento en auge que ha calado fuerte en diferentes ámbitos, con un grito colectivo de millones de mujeres y nuevas demandas hacia la igualdad de géneros.

Pero esta nueva ola feminista (muchos la llaman la cuarta), acompañada de un nuevo glosario de palabras como empoderamiento, feminazis, cismujer o sororidad, también inspira mucho temor, desconfianza, confusión y en algunos casos, es percibida como un fenómeno potencialmente peligroso.

Es el momento de reflexión, de hacer autocrítica e ir más allá. El movimiento no debería ser algo descentralizado con voces discordantes y discusiones bizantinas entre sus fans y sus haters, buenas y malas feministas, mujeres y mujeres trans ni en una batalla de géneros.

Es así justamente que el debate se banaliza y queda empantanado en lo que muchas veces parece una riña de gallos en las redes sociales. Y últimamente da la sensación que ninguna opinión sobre feminismo sale ilesa.

Debemos –por el contrario- aprovechar este momentum y pasar de las denuncias a la acción.

Hace 150 años el filósofo y economista liberal británico John Stuart Mill decía que el progreso de una sociedad se mide por el grado de integración de las mujeres.

Y escribió en 1869 en su obra El sometimiento de las mujeres, inspirado en su esposa Harriet Taylor Mill, una feminista en la era victoriana: «Desde que las mujeres pueden dar a conocer sus sentimientos por sus escritos, único medio de publicidad que la sociedad las permite, no han dejado nunca, y cada vez en mayor número y con más energía, de protestar contra su condición social”.

Que el siglo XXI marque por fin la fuerza transformadora de tantos hombres y mujeres y acumule los logros de las reivindicaciones de cada ola, desde la ilustración hasta ahora.

Mis abuelas se jactaban de haber sido protagonistas de grandes cambios en la historia y ya al final de sus vidas, muy pocas cosas les producían demasiado asombro. Aún así, y lo digo con certeza, quedarían boquiabiertas con el alcance de las marchas del 8 de marzo. Y ellas probablemente también hoy dirían: “si las mujeres paran, se para todo”.

Crédito fotos: Álvaro Zino