El elegido de las influencers en Montevideo como Pati Wolf y Alfonsina Álvarez. 

Tres dragqueens cruzan el desierto australiano en un ómnibus al que le ponen de nombre Priscila y bautizan como la reina del desierto. Más allá de cualquier trama, lo importante para empezar a entender la historia Sergio Gau (36) es el vestuario de los personajes de Priscila, la reina del desierto. Colorido, jugado, expresión de sí mismos. Sobre todo esto último.

Nació en Rivera, el departamento que hace frontera con Brasil y vivió toda su infancia ahí. Esas películas y otros programas como Xuxa eran los que se veían en la televisión porque desde su casa agarraba esa señal. Una de las grandes influencias de Sergio Gau es la televisión brasilera. “Son mucho más abiertos, tienen otra personalidad, otros colores, tienen otra onda, otra vibra”, dice Gau sobre la estética de los programas o las películas que él veía un medio día cualquiera. Para él todo eso normal, algo que quizá en Montevideo no tanto. “Es otra información”, agrega. Cree que gracias a eso pudo agrandar su espectro de cosas para aceptar o conocer mucho más. Y por eso, está abierto a que lo sorprendan todo el tiempo pero no se sorprende con facilidad.

Además, cuando su padre se separa de su madre y se vuelve a Montevideo, Gau quedó a los dos años en su casa de Rivera con tres mujeres: mamá, abuela y tía. Hoy tiene 56 años y es farmacéutica pero tiene una cualidad que Gau siempre vio al crecer: era muy coqueta. “Pelo, uñas, zapato, cartera, zapatos, todo eso”, dice. Siempre en el detalle.

Puede ser que por eso desde que tiene memoria le haya gustado todo lo que tenía que ver con el diseño. Desde peinar a sus amigas hasta organizar las los bailes de fin de año. Por placer y por inquieto, porque en sus años de primaria probó clases de piano, teatro y fue a la escuela de música.

Durante nuestra entrevista me cuenta con un té en la mano que siempre recibió el apoyo de su familia. Me lo dice tranquilo, como si fuera natural. Por un lado su madre nunca fue de hablarle mal de su padre y siempre lo apoyó en todo. Su padre, militar, aceptó desde muy chico que Sergio era hijo único, homosexual y con gustos en lo artístico. Ya fallecido, Gau lo recuerda como un hombre muy estricto, por ser Mayor de la Guardia Metropolitana, pero que nunca tuvo problema con la identidad de su hijo.

Es que Gau nunca se sintió discriminado. Ni por su familia, ni por su padre con su rigidez, ni por sus compañeros de clase. Me explicaba que en Rivera son muy comunes los espacios verdes y que andaba de acá para allá con compañeros de clase y amigos del barrio. Y lo acompañaban también las plantas de su abuela, sobre todo los jazmines que le gustaban a su madre.

Y los “bichos”, como dice Gau. En el jardín su abuela tenía de todo: conejos, gallinas, perros, gatos. Siempre tuvo animales domésticos y de hecho hoy también tiene a una perra, Lola. Es un perro rescatado de 13 años, aunque ella se cree que tiene dos porque pasa saltando por todos lados, dice Gau. ¿Qué raza? Marca perro, responde. La rescató una amiga de él en El Pinar, le sacaron las pulgas y las garrapatas y se la quedó.

Xuxa

La vida en la capital.

A los 18 años Gau cambió Rivera por Montevideo y se fue a estudiar arquitectura. Después de estudiar tres años, se pasó a la escuela de diseño Peter Hamers, donde después daría clases de historia de la moda, ilustración de figurines, ilustración de moda y suplencias en moldería.

En Montevideo había pocas escuelas que se dedicaran al diseño en ese entonces. Peter Hamers era la que estaba instalada hace más tiempo y tenía un perfil de estudios más creativo. Y así fue, le dieron las herramientas para que su mente “vuele y crezca”, para mejorar siempre. “Fue una escuela que te dejaba ser”, dice Gau.

Y a partir de ahí empezó a trabajar como diseñador. Hacía subir a sus clientes a su casa porque no tenía local, lo que lo ponía muy incómodo. Por eso empezó a trabajar para Caro Criado. Armaba con ella todas las colecciones. Gau manejaba todos los talleres, las telas, el control de calidad. Si bien fusionaban la estética de los dos, ella siempre era la que tenía la palabra final porque era su marca.

Tenía la libertad de hacer todo lo que quería y algunas prendas seguían su estética como diseñador (siempre tomando en cuenta la de la marca), pero el producto era más masivo. Era una producción más grande que la que él quería para su propia identidad, había talles.

Fueron dos años de trabajo diseñando para otra marca que lo hicieron darse cuenta que estaba perdiendo su propia identidad. Esa realización y una colección de vestidos rosados en Vogue Italia fueron el puntapié que lo llevó a querer hacer devuelta sus propios diseños con su identidad plasmada.

Empezó a armar el proyecto para su local y su marca personal, GAU, junto a su pareja. Se acercó a la Cámara de Industria para pedir asesoramiento porque, dice, en la parte creativa puede hacer lo que sea pero en la parte de negocios no está tan fuerte. En 2017 abrió el local en Pocitos y me lo dice con una sonrisa puesta. Las prendas que vende ahí son todas únicas porque se ajustan al talle de la persona o se crean completamente de cero. Los diseños no se repiten.

Siempre que llega un cliente intenta sentarse con él o ella a hablar, ver qué colores y qué telas le gustan. Gau intenta de que sea un equilibrio entre su creatividad, lo que le pueda exponer a la persona de diseño y lo que realmente le gusta a esa persona. La prenda no pierde la identidad de Gau como diseñador pero tampoco permite que quién la vaya usar se sienta disfrazado.

Fue con el local que tuvo la experiencia de tener que hacer para un mismo casamiento los vestidos de 15 mujeres. El desafío era que estuvieran todas contentas, sin importar el cuerpo que tuvieran. Hasta que no terminó de vestirlas a todas Gau no se pudo relajar, aunque dice no estresarse porque para él es realmente un disfrute. Sí sintió presión porque eran todos los vestidos para un mismo día, además de tener que hacer todos los diseños diferentes y personalizados.

Proceso creativo.

“Cuando voy a dibujar una prenda yo ya me imaginé cómo se hace la prenda, desarmada ya sé cómo armar eso”, explica Gau sobre su proceso creativo. Su cerebro no avanza de a pasos, contiene todo en uno a la hora de crear prendas. Puede sentarse y hacer entre cincuenta y sesenta bocetos pero las prendas que van a quedar para una colección ya se las imaginó.

Sobre qué de sus diseños tiene valor artístico, Gau considera que es la parte del estampado. “En esta colección –dice mostrándome la colección del local- los estampados son creados en el momento”. Hizo gigantografías de los cuadros de Van Gogh y los desarmó completamente. Creó diseños que no tienen nada que ver con las pinturas del artista, las va haciendo en el momento.

“Si es un vestido de novia que tiene mucho trabajo de bordado a mano y todas esas cosas que son horas y horas que pasas con canutillos y piedritas”…eso tiene un valor artesanal y de arte también. Lo mismo las prendas a medida, toda la parte de moldería tiene una cuota de arte muy grande, agrega Gau.

También le da un gran valor al estar con un cliente que es la primera vez que lo ve, dibujando, mostrándole y explicándole. No es una producción en masa, no son prendas hechas en un molde estándar. Es un ida y vuelta de valor artístico, dice.

Pero no solo se inspira en obras de Van Gogh o Matisse, sino que Gau también mira marcas internacionales y sus diseños. Vuitton, Nicolas Ghesquière, Yves Saint Laurent. Siempre está siguiendo las marcas que le gustan pero no siguiendo tendencias, encuentra muy clara la diferencia. Mira lo que está pasando en el mundo, ve colores, estampados y texturas. A modo de información y de estímulo.

Valor agregado de la marca.

El valor principal y quizá el más importante: el ser único. Para Gau la moda es una expresión de identidad. “Cómo te vestís es cómo te presentas al mundo”, afirma. Tiene que ver con la personalidad y eso es lo que le interesa, que sus clientes tengan prendas que fueron hechas y pensadas para ellos mismos, porque refleja quién es. “Estás pagando eso”, dice Gau refiriéndose a al asesoramiento personalizado, a la estética única y al molde ajustado.

Hay otra cara de la marca GAU: la producción de prendas. No quiere la masividad, no le interesa, pero sí está buscando un rango de prendas mayor para sus colecciones. Así pretende que sean sus próximas colecciones, la de hombres y la de novias. De la mano de este aumento le gustaría, en algún momento, abrir más locales. Me habla primero del interior del país y después pasa a Argentina, Chile y Brasil, con los ojos cada vez más brillantes.

Pero también es un negocio. Aclara que aunque tiene que rendirle económicamente, no por eso tiene que perder su estética o su forma de pensar. Hay que encontrar el balance. Ha tenido situaciones en las que prefiere no hacer ciertas prendas a clientes porque no tienen nada que ver con él y al final no vale la pena dedicarle tanto tiempo de trabajo. En tales casos recomienda que la compren en un shopping o en otras marcas. Sin embargo, cuanto le pregunto si alguna vez se ha vendido como diseñador me responde que todo el tiempo está vendiéndose. No lo tomó como problemático, para Gau es tan simple como saber que es parte del negocio y que hay que saber manejarlo.

-¿Te han pedido alguna vez un diseño que no representa a la persona?

-Sí, pero eso es cuestión de explicarle a la persona, decirle que yo eso no lo hago porque no va conmigo pero que le puedo dar esta otra opción. O podemos buscarle la vuelta para que sea algo que le cope. Generalmente, la gente está muy expuesta a lo que ya conoce. Cuando le brindás otro asesoramiento van entendiendo todo el proceso y se dan cuenta de que sí se pueden hacer otras cosas más allá de esa idea establecida que tenía cuando vino. Tiene otra magia.

-Sin embargo, hay personas que quieren ser otras personas.

-Sí, pero eso no está bueno. Va en cada uno pero tenés que ser vos. Seguramente, vayas a darte mejor siendo vos que queriendo ser otra persona.

Valor agregado de Sergio.

Dice Gau que le pueden pasar miles de cosas negativas en el día pero que siempre trata de quedarse con lo positivo o con las cosas que se pueden mejorar. Posiblemente por eso todas las anécdotas que hizo terminan con un mensaje de encanto o de reflexión de crecimiento.

Por alguna razón, la gente que no lo conoce tiene una imagen de él mucho más antipática. Cuando se sienta con sus clientes se da cuenta que tienen un preconcepto armado de él –o de otra persona que no es él- y le terminan confesando que pensaron que su personalidad era otra. No le preocupa la imagen que tienen desde afuera justamente por eso, porque está confidente que cuando lo conozcan va a mostrar su quién es verdadero.

De dónde sale esta imagen, no lo sabe, aunque cree que su imagen estética pueda tener algo que ver. “Cuando salgo me copa lookearme mucho, soy diseñador y me encanta todo lo relacionado con lo estético, debe llamar la atención el cómo me presento, el cómo me visto o cómo me muevo”, agrega. Su forma de vestirse, que es su carta de presentación, crea una imagen en los otros pero “generalmente no es la que ellos se imaginan”, dice Gau.

“Yo creo que si tenés una actitud positiva ante las cosas siempre se solucionan rápido, así sea lo peor, siempre hay que tener esa energía de querer arreglarlo”, comenta. No le da mucha importancia a lo negativo, ni siquiera lo deja entrar. Por eso siempre está bien, él mismo. De todos modos aclara que no es que se haga el desinteresado de los problemas, sino que lo que es diferente es su percepción de ellos.

La cualidad de ser positivo no viene sola, a Gau le encanta pasar divirtiéndose con sus amigos y su pareja. Salen todo el tiempo, dice, sobre todo porque muchos de ellos son DJs. Ahí entra otra de sus pasiones, la música electrónica y el pop. Y las fiestas de electrónica donde las baila, otro de sus grandes disfrutes. Y viajar. Sobre todo a Europa pero con viajar le es suficiente.

Por Federica Bordaberry