#MamisWeek / Presenta: OM by Farmashop

Primero mamá, después fotógrafa.

Un sábado por la tarde la casa está vacía. Suele ser indicio de que algo va mal pero, en este caso, los chicos no están porque hay un cumpleaños, hay una función de cine, hay casas de amigas. En lo de Soledad Moldes (39) no hay risas sonando todo el tiempo pero sí hay una mesa pronta con comida. “La sobreprotección no es buena”, es una de las cosas que me dice cuando le pregunto qué aprendió desde su primer hijo hasta hoy. Eso se ve, porque en mitad de la entrevista la casa se llenó de calor familiar cuando aparecieron cuatro personajes por la puerta, a los que se les sumaba Dominique (2) que hasta ahora había estado intentando comer una torta con dulce de leche sin ensuciarse. No le fue fácil.

Tiene cinco hijos, cosa que siempre quiso desde chica: Justina (14), Jacinta (12), Manuel (10), Salvador (6) y Dominique. Sus hijos son tan importantes porque su profesión principal no es la fotografía, es ser mamá. Su primera hija llegó a los 24 años, dos años después de haberse casado con su marido actual, Manuel, de quien confiesa seguir muy enamorada. “Va a quedar re falso si lo pones así, pero es en serio”, dice mientras se vuelve consciente de cómo suena que el enamoramiento dure tanto tiempo.

Enseguida pasó a una anécdota en la que contaba que hace poco una amiga le había consultado cuál era su receta para tener una familia perfecta, “como la tuya”. Y es que su familia no es tan así, “lo que pasa es que cuando gritan no filmo”.

La maternidad hay que trabajarla todos los días y Soledad es partidaria de ello. Agrega un factor más, que no es tan evidente para todo el mundo pero que para ella resulta ser clave e indispensable: que los padres se lleven bien. “Yo creo que con padres que se llevan bien y los hijos con autoestima, tenés prácticamente mitad de la batalla ganada”, decía.

Dar a luz.

Habló de sus partos. Había que hablarlo. Fueron los cinco naturales y tres sin anestesia. Indignada, contó que cuando fue a tener a Justina aceptó la anestesia de tanto que le insistieron. Le hubiera gustado que no fuera así, porque se considera “naturista”.

¿Qué quiere decir? Que para ella el sentir el dolor del parto es como un premio. “Me parece como muy salvaje, muy animal, y eso me encanta porque es muy maternal y yo soy muy maternal, extremadamente”, contaba. De todas maneras, aclara que entiende que es de “bicho raro” querer sentir tan vivamente el parto pero que no se asocia con los extremos de querer tener a sus hijos desde la casa.

El otro parto que vivió con anestesia fue el último, el de Dominique. Contó que venía asustada del de Salvador, que pesó más de cuatro quilos, pero que fue “una pavada” y le parece una lástima haberse anestesiado.

Ser mamá primeriza.

Soledad entiende que cuanto más primeriza es la mamá, más probable es que sea sobreprotectora. Aclara que no por estar sobre tus hijos todo el tiempo se es mejor madre. Hace tiempo fue a una charla de una psiquiatra y se quedó con el siguiente concepto: la sobreprotección es una manera de mal trato. El mal trato no entendido con sus connotaciones negativas de violencia, sino como una forma incorrecta de ejercer la maternidad.

“Soy mucho mejor madre ahora, del tercero para adelante, que con los primeros”, comenta mientras empieza a ahondar en el tema de la experiencia. Siente muchísima impotencia cuando intenta transmitirle eso a otras madres pero sabe que tienen que pasarlo para realmente comprenderlo. Tilda a este proceso de “experiencias muy personales”.

-¿Crees que puede haber madres que sean naturalmente buenas desde el día uno?

-A ver, todas somos buenas madres. Todas hacemos lo que podemos. Yo en ese sentido no me creo nunca ni mejor ni peor que otra. Lo que pasa es que frente a las cosas externas influye mucho que vos seas de una forma u otra. Madres primerizas excelentes… en general uno va aprendiendo, ¿no? Sobre la marcha.

Construir a los propios hijos.

Existe un mito sobre los hijos mayores: suelen ser los más estructurados. Soledad lo confirma. Cree que en todas las familias, en general, los más grandes son los más exigidos y por eso se desarrollan de esa forma. “Yo creo que en eso hay un factor común, en la inexperiencia, en el querer que tu hijo sea de cierta manera. Siempre los últimos son más libres…”.

Y a ella le pasa: la mayor es muy responsable –dice- y exigente con ella misma. Igual, cuenta que a veces hay “pasada de factura”, porque a algunos los dejó hacer ciertas cosas y a otros no. “El último fuma abajo del agua”, dice riéndose y mirando a Dominique que, a su lado, está desarmando la caja con sobres de té.

Los primeros pasos en la fotografía.

Estudió abogacía y nunca se recibió. Trabajó para estudios de abogados y sin embargo se considera una comunicadora frustrada.

-¿Por qué abogacía? ¿Sabías que hay varios periodistas y comunicadores que estudiaron abogacía también?

-No sabía. Pero cuando yo me anote en Ciencias de la Comunicación, hace ya unos cuantos años, a mi papa no le gustó nada la idea. Tres días hice. El tema de la tradicionalidad de las carreras antes era: o sos abogado, o sos economista, o sos agrónomo, o sos arquitecto. No había opción a otra cosa. Comunicación era una carrera bohemia, corta, lo que sea, y bueno.

-Y aceptaste…

-Me acuerdo que me dijo, “te pago la Católica si haces abogacía”. Le dije, “no, ¿sabes qué? Voy a hacer abogacía pero en la pública, que era mucho más difícil. Y bueno, hice hasta quinto. No me recibí porque son 6 años.

-¿Fue un “tomápa´ vos”?

-Algo así.

Su carrera como fotógrafa empezó después de mucho tiempo de ejercer en otras áreas. Cuenta que fue un proceso repentino. “Siempre andaba con mi cámara de fotos y me empecé a dar cuenta de la noche a la mañana que no solamente me gustaba sacar fotos, en automático obvio, sino que sacaba lindas fotos y la gente me lo decía”, recordó. Más adelante, su familia empezó a pedirle que llevara la cámara a cumpleaños y casamientos.

Un buen día se encontró a si misma criticando una foto de un fotógrafo de recién nacidos. Por dentro se decía a sí misma que aunque no supiera nada de técnica ella sentía que podía hacerlo mucho mejor. “De hecho, yo tengo una conexión con los bebitos que lo hace todo muchísimo más fácil”, agregaba.

Enseguida agarró unos ahorros que tenía e invirtió en una computadora y una cámara de fotos buena. Y se fue a Buenos Aires a hacer un curso.

Buenos Aires, el punto de inflexión.

Antes de empezar con el curso, Soledad cuenta que hizo muchísima investigación en internet. Aprendió varias técnicas, sobre todo cómo envolver bebés para las fotos. Después de eso, un profesor particular le enseñó a sacar fotos manuales y agregó algún que otro curso online.

Con esos conocimientos, partió para Buenos Aires a hacer un curso presencial. “Yo era la que menos sabía y me acuerdo que todas se reían de mí, yo incluida, y claro, después fui la que las sorprendió. No podían creer que había sacado mi primera sesión como la había sacado.”, contó.

Aprendió mucho y a partir de ahí empezó a dedicarse a la fotografía de recién nacidos de verdad. Agregó que sus profesoras fueron muy generosas con ella a la hora de enseñarle y que, sin duda, se llevó algunas buenas amigas de aquel curso.

Solo bebés.

-Habiendo tantas temáticas para fotografiar, ¿por qué seguís eligiendo todos los días fotos de recién nacidos?

– En realidad, no sé por cuánto tiempo más lo voy a hacer. Lo voy a hacer hasta que me nazca. Yo soy muy leal y muy sincera conmigo misma. Si veo que no me sale más ese amor por darle a los papás ese recuerdo imborrable de por vida, lo voy a parar de hacer. Ahora me nace, y me nace desde adentro. Me parece una cosa muy preciosa en el sentido de que retratar a un recién nacido no es solamente sacarle una foto, es transmitir ese momento, esa esencia. Son treinta días, porque después ya son bebitos, son días que nunca más van a volver. Me parece una cosa mágica.

De todas maneras, agrega que con el lente nuevo que acaba de comprar, sus gustos están empezando a tirarse hacia la fotografía de paisajes. Son áreas que va a explorar en algún momento pero que, por ahora, sigue siendo verdadera a sí misma a través de la fotografía a recién nacidos.

Sobre por qué encuentra tanta magia en las fotos de bebés, opina que para los casamientos está muy instalada la movida de tener un fotógrafo profesional pero que el primer hijo es algo igual o más importante que el casamiento.

“Hay gente que lo valora y gente que no”, y agrega que siempre tuvo la suerte de que sus clientes valoran todo el trabajo que lleva sacar buenas fotos. Intentando comprender la cabeza de un padre que quiere fotos de sus hijos recién nacidos, Soledad cree que es porque quieren inmortalizar ese momento que pasa tan rápido.

Sus hijos y la fotografía.

Confiesa que es muy vaga a la hora de sacarles fotos a sus hijos, “en casa de herrero, cuchillo de palo”. Tiene instalado en su cabeza que después de cada foto hay que pasar por Photoshop y hacer una posproducción. Saca fotos de su familia solo en momentos muy especiales.

Soledad tiene la suerte de que a sus hijos les divierta y les guste eso de tener una madre fotógrafa. A la persona que más le pide opinión, cuenta, es a Justina, su hija más grande. Y es la opinión que más le importa.

Influencias.

“Cero coma cero”, dice. Le ha pasado de dejarse llevar por la presión de las modas de otros fotógrafos y no se sintió cómoda. A modo de anécdota, cuenta que se había prometido no poner nunca un bebé en un canasto. Pero terminó haciéndolo porque todos los grandes fotógrafos lo hacían.

“Mi esencia nunca fue ponerlos pero me dejé llevar, es muy interesante”, opina. Pero ahora ya considera que está en una etapa donde ya encontró su personalidad como fotógrafa. Lo que le gusta es retratar al recién nacido es un mayor pureza, “quiero hacer las fotos más simples, más despojadas y con mi ojo personal, sin mirar para el costado”.

¿Ética?

Jamás muestra las partes íntimas de los bebés. Eso, para ella, es ética. Por eso, comenta, está bueno elegir fotógrafos con experiencia y no los que recién empiezan. Aunque está bueno darles una mano, hay que tener mucho cuidado con el tema de la estética y las partes íntimas de los bebés.

Y terminando de hablar sobre la ética de su trabajo como profesional, me encontré con un Salvador que venía en busca de un abrazo de su madre. Escucho: “¿Te puedo decir una cosa importante? Andá a bañarte porque la sorpresa es hoy”. “¿En serio?”, pregunta el niño con una sonrisa y desaparece corriendo por el corredor de su casa. Salvador fue a ver un concierto, porque le encanta la música, ¿cómo le habrá ido?

Por Federica Bordaberry