Lo que ellas tienen en común…

Vayamos a Forrest Gump. Hay una escena muy triste pero muy linda que todos tildamos como “la muerte de Mrs Gump”, o parecido. Sí, claro que lloré. Se me armó el primer nudo en la garganta cuando Forrest entró al cuarto y vio a su madre tan dulce postrada en una cama. Muere de cáncer y eso es lo último que nos enteramos, porque la escena no trata de eso. Y, en el cine, cuando muere una madre nunca se trata solo de eso.

Se acerca el día de la madre y esta nota ya ha sido escrita millones de veces. Las madres del cine, los íconos de la maternidad que brillan tanto por su presencia como por su ausencia. Pero, esta vez, no hagamos una lista de personajes, dialoguemos desde el corazón, desde la búsqueda del por qué ha habido historias que nos conmovieron tanto en mundos tan lejanos y ajenos a los nuestros. Me parece lo justo.

Unas de las primeras madres del cine se vio en blanco y negro, por el año 1925. Sin color y sin sonido pero no menos interesante por ello. La película se llama El acorazado Potemkin, de Serguei Eisenstein, y para especificar, hablamos de una escena llamada Las escalinatas de Odessa. Qué es lo que pasa: los ciudadanos bajan las escalinatas a toda velocidad (y sin mucha prolijidad) porque atrás vienen los soldados que están dispuestos a fusilar a cualquiera. En ese proceso, un niño recibe una bala y muere. Después de varios pisotones de las personas que bajaban y de llantos silenciosos, la madre del niño va a buscarlo. Lo toma entre sus brazos y se enfrenta a los soldados. El final es trágico y evidente. Este es el primer dato del que van a tener que agarrarse para seguir con el hilo argumental.

Siguiente película: Kramer VS Kramer. Joanna Kramer no es la madre más querida del cine, entendible. También entiendo que la salida fácil es opinar y la difícil es empatizar. Con qué cariño esa madre se despide de su hijo en la primera escena, Joanna entiende el amor de otra forma. Necesita salir de la depresión causada por su marido para poder amar a su hijo correctamente. Y se va. Y vuelve, sigilosa, sin irrumpir en la vida ya formada de su hijo. Y después lucha por él, y cuando tiene que perder la batalla legal lo hace por el bien del niño. Lo sabemos todos, no justifica un abandono. Sin embargo, no me gustaría que ya empezaran los contrargumentos y las quejas. Sí me gustaría que agarren también esto como dato. Ya van dos, para seguir con el hilo argumental.

Levantaré una ceja en honor a otro personaje que dedicó su existencia ficcional a sus hijos (también ficcionales). Morticia Adamms, poco convencional, admito, pero es muestra de la maternidad como valor universal. No recordaba, hasta que uno de los millones de artículos ya escritos me hizo el favor, que Morticia es quien sale en la primera temporada a buscar trabajo para mantener a su familia. Pero no solo pasa por ahí, es una madre dedicada a la educación y al desarrollo de la felicidad de sus hijos. Porque la fórmula del éxito no existe, en vez de jugar con muñecas caminaban entre esqueletos. Tercer dato, manténgalo, o anótelo.

Ya van tres datos y voy a pedirle que retenga un cuarto. Mamma Mia. Dedicada al entretenimiento y no tanto al pensamiento, sí, pero es innegable que el tratamiento de la relación madre e hija entre Donna y Sophie es una belleza. Aquella escena, recuerde, en la que Sophie recurre a su madre para que la ayude a prepararse para su casamiento. Y los dedos de Donna, entremezclándose con el pelo de su hija mientras la peina y vuelve a necesitarla, Sophie vuelve a necesitarla.

¿Y de qué tratan todas estas escenas? Hay un valor en la maternidad que se trata en el cine occidental de la misma manera: la incondicionalidad. Todos los datos previos convergen finalmente en esta idea del amor que una madre siente por su hijo. Dirán que el cine exagera, que el cine infla, que el cine dramatiza. Posiblemente, sí, pero en nombre del día de la madre diré que eso es válido pero no potente.

Hay que dice que todo escritor derrama en su obra experiencias de su vida propia y que las mejores obras son escritas sobre lo que uno mejor conoce.  Todas esas madres han sido, de alguna forma u otra, madres reales, madres de escritores y perfectamente podrían haber sido nuestras propias madres.

Un último dato: es una gran herramienta de la retórica citar autoridades en un texto. Sobre la incondicionalidad de una madre por un hijo, Nietzsche, el filósofo alemán, dice que es el único vínculo en el que se da ese tipo de amor. En realidad, lo dice mi psicóloga, pero ella dice que lo dice él. La incondicionalidad no muere, es eterna. Qué lindo y qué complejo.

Por Federica Bordaberry